domingo, 27 de noviembre de 2011

EL CAMPO DE ANTES: LAS RAICES NO SE SECAN

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De gorra y alpargatas

Escrito por Sergio Ochandio / Stella Maris Gil

La llanura parece desierta en su inmensidad. Sin embargo, vibra en la vida de sus habitantes que la cruzan diariamente, que sacan de sus entrañas sus riquezas, que miran al cielo en espera del agua bendita, del sol y que temen a las tempestades que desde ese mismo firmamento les puede llegar.


Los desencuentros humanos, como en lo urbano, se dan aquí y a veces en forma más descarnada por la rudeza del lugar.
No vamos a remontarnos a los tiempo de Fierro que supo tener un ranchito, hijos y mujer; "era una delicia ver cómo pasaba sus días". Pero sí a la mitad del siglo XX. Las chacras eran empresas familiares. 

Propietarios, arrendatarios y algunos peones tenían residencia fija en el lugar. Las escuelas rurales proveían de educación a la chiquillada o la mandaban como pupilos al pueblo.
La tecnología, las rutas, entre otras motivaciones, hizo visible la taperización. Ahora, en su mayoría el chacarero va y viene del campo a la ciudad.

Por esos tiempos un mundo de gente trabajaba de sol a sol y allí los peones jugaban un rol fundamental. Según Pedro Ouwerkerk, "el trato bueno o malo dependía de los patrones"... "había de todo como hay ahora, aprovechadores y gente que aprecia el trabajo".

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El día a día 
Con las primeras luces ya estaba el campesino mate en mano observando el campo.

El desayuno era abundante, empleados y patrones tomaban el mate cocido, algún churrasco y la galleta. Y a trabajar, cuidar la hacienda, vigilar los brotes, fertilizar, alambrar, detectar las plagas, atender los caballos. Laborar la tierra: arar, rastrear, sembrar.

En la época que existía la granja se regaba y recorría la quinta y los frutales para llevar los frutos a la cocina. Al atardecer, canasta en mano buscar entre los pajonales los huevos, cuidar a las cluecas, atrapar los pollos para el almuerzo. Los "chanchos" hacían lo suyo y desde el corral llegaban sus ronquidos como preanunciando su futuro de chorizo, faena que era un acontecimiento familiar, momento de hacer la factura, con los vecinos presentes.

Tareas de hombres y mujeres. Al canto del gallo se salía con el balde y el banquito para el ordeñe manual. Tiempo después los que pudieron lo hicieron con máquina. Tibia la leche que iba a ser convertida en dulce, quesos y manteca.

El campo se autoabastecía. No había descanso. Si llovía, los peones trabajaban en el galpón arreglando bolsas, reparando máquinas. 

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Tiempos difíciles
Dice Pedro Ouwerkerk: "Mi padre llegó con 20 años de Holanda y estuvo 7 años trabajando de peón en el campo de un dinamarqués en la zona de San Cayetano... vino sin nada al país, tenía 5 pesos argentinos. Pero al poco tiempo logró comprarse un caballo y un recado y eso era ya una barbaridad...". Y agrega que "papá nunca pudo ser propietario. 

Hoy día la gran mayoría de los chacareros chicos han desaparecido o han perdido su campo o lo han arrendado".

Por su parte, Domingo Pompilio peonó por diversos campos, con sus 17 años a partir del de Pedro Rivolta. Los domingos -cuenta- había descanso y "carreras de caballo y jugadas"... "Había boliches por todos lados para la gente que trabajaba en el campo. Estaba el boliche de Chapaz, el de La Tigra, El 43, el boliche El Bombero que estaba antes de llegar a La Sortija, el Marcos Paz".

En esa inmensidad el trabajador rural era indispensable, entre ellos los "golondrinas".

Vidas errantes
Estos son los que se desplazaban de acuerdo a los calendarios de cosecha, de épocas de esquila u otros trabajos que requieren más mano de obra.

En épocas de ferrocarril, la llegada de los "golondrinas" cambiaba la parsimonia de los pueblos. Bajaban de los trenes a la espera de que los buscaran para ir a trabajar a las chacras. El ritmo lugareño se activaba, las fondas y pensiones se ocupaban, el movimiento de carros y luego de camiones era intenso.

¿De dónde venían? Vaya a saberse. Salían de sus hogares de provincias norteñas e iban recorriendo los lugares de trabajo. Cuando terminaba partían hacia otros destinos laborales.

Las penurias de estos hombres fueron reflejadas por el poeta dorreguense Luis Acosta García en su "Balada del pan": 

"Han llegado los días de la cosecha,
Y andan los chacareros de gran faena.
Se atragantan las máquinas con las gavillas
Y salen por los tubos las mieses limpias, 
Mientras en los rastrojos vuela la granza,
Como las ilusiones y la esperanza".

Aquí desearía intercalar el episodio de "La rebelión de los braceros", así llamados por el hecho de alquilar sus brazos, en los campos bonaerenses.

La peonada se hace sentir
En 1919 la vida campesina se ve conmocionada con un levantamiento popular en Tres Arroyos y Cascallares. También en Oriente, El Perdido y Dorrego. 

Hubo muertos y persecuciones. Algunos dicen "que los enterraron en la antigua plaza del pueblo o que los tiraban por el jagüel"

No fue un hecho aislado. Se habían ido dando a lo largo del país conflictos sociales en la segunda década del siglo XX. En el libro "Construir la identidad" de mi autoría hay un estudio sobre estos acontecimientos que reflejan la violencia sucedida a raíz de los reclamos de los trabajadores. 

Posteriormente hubo arreglos y mejoras, promesas de que terminadas las cosechas el Gobierno los ocuparía en obras públicas e incluso si demostraban buena conducta se le iban a otorgar la propiedad de parcelas fiscales. 

En realidad los acuerdos tuvieron una efectividad limitada. Lo importante es que en muchos casos se logró con estos movimientos un trato más humanizado para los braceros. 

Los levantamientos mostraron la presencia de los que no tenían voz. Es interesante leer el acuerdo firmado entre patrones y obreros. Se fijaron las tarifas para cada una de las labores, también los horarios "Horario de 5.30 a.m. hasta las 17 horas". Una hora para el almuerzo, media hora para el mate cocido. En total eran 10 horas por día. Se fija la alimentación y se dice que "durante todo el día se suministrará a los trabajadores agua fresca y limpia" y que "toda trilladora deberá estar provista de carpas o lonas para que no se mojen los obreros". 

También se establece que "el pago de los jornales se efectuará en la chacra o bien se convendrá el pago de mutuo acuerdo, por vales a cobrar en la ciudad o estación más próxima, siendo por cuenta del colono los gastos que se les originen a los trabajadores por falta de pago inmediato de dichos vales". (Félix Luna, revista Todo es Historia).
La sola lectura muestra la desprotección sufrida por estos braceros en muchos campos.

Un cuarto de siglo más tarde el "Estatuto del peón" en 1944 iba a reglamentar la situación social de los peones del país. El mismo recibió sucesivas adecuaciones hasta que el 24 de abril de 2001 se reglamentó la ley que creaba la Libreta del Trabajador Rural y ponía en funcionamiento el Registro Nacional de Trabajadores Rurales y Empleadores.
"Hundimos las raíces en la hierba, construimos la casa en el sendero..." (Woolf). Todos fueron habitantes de la llanura.

Hoy ya no se cosecha con caballos. Los tractores maquinizaron los surcos. Los silos reemplazaron a los bolseros. En Tres Arroyos los primeros los hizo la fábrica Rossi y eran de madera y dice Pedro "algún chacarero muy adelantado le pudo poner noria...". 

También desaparecieron los "golondrinas", ahora llegan los contratistas con sus enormes máquinas supersofisticadas "plataformas especiales para soja, trigo, girasol, maíz". 

También ellos son errantes, van de una provincia a la otra.

Los montes que plantaron los antepasados siguen en pie, las lagunas modifican su caudal de acuerdo a las sequías. Todo cambia pero... las raíces no se secan. 


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